miércoles, 23 de septiembre de 2009

SOBRE LA GRIPE A: CARTA ABIERTA A LA MINISTRA Y A LOS CONSEJEROS DE SANIDAD (CON COPIA A MIS PACIENTES)

Dr. Juan Gérvas, Licenciado y Doctor en Medicina por la Universidad de Valladolid


Con el debido respeto, ruego que escuchen a este médico general rural preocupado por el pánico desatado ante la epidemia de gripe A. Es preocupación clínica y social, pues se refiere tanto a la atención a los pacientes como al impacto en la estructura social, laboral y económica de un pánico que tendrá peores consecuencias que la propia epidemia de gripe A.


CONSIDERACIONES
Conviene recordar que el Gobierno de Canadá se planteó dos objetivos ante la gripe aviar, 1/ disminuir su impacto en mortalidad y 2/ mantener la estructura social. No es una visión improbable la de un país sumido en el caos, parado por cierres de escuelas y centros de trabajo, con las urgencias y servicios médicos colapsados, con falta de atención a otros problemas de salud incluso graves, como infartos de miocardio y apendicitis (sin hablar de los errores tipo retrasos en el diagnóstico de meningitis por confusión con la “omnipresente” y deslumbrante gripe A).

Y, sin embargo, la gripe A es enfermedad benigna, con menos mortalidad que la gripe estacional (la de todos los años). Lo sabemos ya con datos, por la experiencia del invierno en los países del hemisferio sur. La diferencia es responder como Argentina (pánico y descontrol absoluto) o como Australia (organización y eficacia). Según los cálculos más ciertos podemos esperar como máximo unos 500 fallecimientos por gripe A, frente a los más de 1.500 anuales por la gripe estacional. Por ello, habrá menos muertos en todos los grupos de edad con la gripe A que con la gripe estacional. Para disminuir la mortalidad habrá que tratar adecuadamente a los casos que se compliquen. Lastimosamente la vacuna prometida llegará tarde, y no deja de ser una vacuna cuya eficacia desconocemos. Hasta que no haya más conocimiento muchos ni nos la pondremos ni la recomendaremos.

Respecto a las embarazadas, siempre se han visto más afectadas por la gripe, especialmente en el tercer trimestre, por los cambios cardio-respiratorios que provoca la ocupación del abdomen por el útero grávido. La gripe A no cambia nada respecto a la gripe estacional; habrá la misma proporción de ingresos, y menos muertes que con la gripe estacional. La embarazada puede y debería llevar la vida sana que siempre se le ha recomendado, lo que incluye continuar con su vida normal, familiar y laboral. La gripe A no provoca abortos ni malformaciones del feto. Estar embarazada no aumenta la probabilidad de contagiarse por gripe A.

La selección de personas por sus “factores de riesgo” es cuestión discutible pues los factores de riesgo ni son necesarios ni son suficientes para explicar las complicaciones. Por ejemplo, hasta el 70% de los niños que mueren por gripe estacional carecen de factores de riesgo definidos.

La predicción sobre la evolución de la gripe A debería basarse en lo que sabemos de esta propia epidemia y de pandemias previas. Por ello lo previsible es una onda de rápido contagio. Hablar de otras posibilidades es ignorancia, fantasía, irresponsabilidad o maldad. Es absurdo recordar epidemias de gripes de cuando ni había una cobertura pública sanitaria ni existían antibióticos para tratar las neumonías que las complican.


PROPUESTAS
Dejen de organizar protocolos y de promover medidas de recepción a los pacientes de probable gripe A que carecen de sentido. Es absurdo el aislamiento en urgencias y en los centros de salud de los pacientes con fiebre y síntomas de gripe. Durante la epidemia los griposos estarán en todos sitios y las medidas de aislamiento son innecesarias en los centros sanitarios. Sólo contribuyen a crear alarma y pánico.

No promuevan el diagnóstico exacto de la gripe A, excepto para investigación y vigilancia epidemiológica. Las pruebas de detección rápida son poco fiables, e inútiles. El seguimiento es el mismo sea gripe A, gripe estacional, o cualquier otra infección respiratoria.

Dejen que los médicos clínicos hagan su labor. Llevan años atendiendo a los pacientes con gripe, y saben hacerlo en las urgencias, las consultas y los domicilios. Los “expertos” poco pueden añadir, salvo colaborar como consultores.

La gripe A es más benigna que la estacional, pero concentrará a los enfermos en un periodo breve de tiempo. No conviene hacer grandes inversiones ni cambios, sino reforzar los dispositivos existentes con lógica y sentido común. La buena atención clínica a los casos complicados es tan importante o más que todas las demás medidas juntas. La atención a domicilio debería gravitar sobre los médicos de cabecera que tienen conocimiento y capacidad de decisión respecto a sus pacientes y su entorno familiar. Tengan en cuenta la sobrecarga de trabajo y prevean medidas para compensar las horas extras de trabajo (no todo es gastar en acumular anti-virales y vacunas).

No promuevan excesivamente ni los anti-virales ni la vacuna. Hay dudas razonables sobre sus ventajas, y tienen efectos adversos innegables.

Tengan en cuenta que la gripe A tendrá más impacto en la clase social baja, entre los pobres, marginados, toxicómanos, mal alimentados, mal abrigados y habitantes de viviendas insalubres. Todos ellos tienen menos interés por su salud por lo que habrá que prever medidas pro-activas tendentes a evitar la falta de equidad en la atención a estos pacientes y poblaciones.

No promuevan el uso de mascarillas. Su eficacia es dudosa. Promuevan el auto-cuidado. Lo importante es que los pacientes y las familias se enfrenten a la gripe A con la misma serenidad y buen hacer que a la gripe estacional. El ser humano ha evolucionado en convivencia con el virus gripal, de forma que hay un excelente cúmulo increíble de normas sensatas de auto-cuidados en la población. Como siempre ante la gripe, los individuos y las familias son capaces de cuidarse sin necesidad de médicos ni de sanitarios.

Faciliten la justificación de la ausencia al trabajo. La gripe dura siete días, y normalmente los tres primeros son los peores. Nada impide que esos tres días se puedan justificar por el propio trabajador, sin necesidad de baja médica (con lo que se ahorra la visita al médico en el 95% de los casos, que serán leves). Y en caso de ausencia más larga, de hasta una semana, facilite la justificación de la baja con un solo documento que se pueda hacer en sólo una visita (según la organización actual se requerirían tres).

Pidan a los medios de comunicación que sean responsables. No tiene sentido transmitir en vivo y en directo cada muerte por gripe A. En vez de 500 parecerán 500.000. Con ello se crea alarma social innecesaria. Tenemos la experiencia de la meningitis C, que desató el pánico por este comportamiento absurdo de los medios de comunicación. La percepción social del riesgo de contagiarse y de morir por gripe A no tiene nada que ver con la realidad. Todos tenemos la culpa, desde la Organización Mundial de la Salud al Ministerio de Sanidad y Política Social, pasando por las Consejerías de Sanidad, los Colegios de Médicos y los medios de comunicación. Y entre todos hay que lograr enmendar este desaguisado antes de que sea tarde. Es clave que la percepción social del riesgo de enfermar y de morir por gripe A corresponda a la realidad, a la de una enfermedad leve, una gripe de menor gravedad que la habitual.

Juan Gérvas es médico de Canencia de la Sierra, Garganta de los Montes y El Cuadrón (Madrid). Profesor Honorario de Salud Pública en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, y Profesor Visitante de Atención Primaria en Salud Internacional de la Escuela Nacional de Sanidad (Madrid). Contacto: jgervasc@meditex.es www.equipocesca.org

martes, 25 de agosto de 2009

REFLEXIONES SOBRE EL PERIODO DE ADAPTACIÓN EN LA ESCUELA

Empezar la escuela supone un cambio importante para el niño ya que pasa de la protección de los padres y de casa, a un espacio desconocido, con personas (adultos y niños) también desconocidos. Su mundo, que hasta el momento era el espacio familiar....cambia! Todo es nuevo para él.... cambia el lugar y el espacio que ocupa, cambian las personas, la manera en que se comunica, se amplían las relaciones, las rutinas son nuevas y diferentes a las que él conoce.... Se trata de un momento importante en su vida puesto que ha de ir integrando y aceptando una nueva realidad y aunque al principio le costará un poco (a algunos más que a otros), irá adaptándose poco a poco a su nuevo entorno, a las personas, a los horarios, a los hábitos..... y es el primer pasito hacia la futura autonomía personal i socialización. De este modo, el mensaje que le hacemos llegar ha de ser optimista y animoso.
También vosotros, papás y familia, pasáis por el período de tratar de superar la angustia de la separación y como a los niños, a algunos os cuesta más que a otros, sobretodo si dejáis a vuestro hijo por primera vez en la escuela.
Algo parecido pasa a las educadoras, quienes tendrán que conocer y adaptarse a cada niño, a cada familia y conseguir una buena comunicación y que los niñ@s se sientan a gusto en su nuevo entorno.
Como antes he dicho, no hay normas mágicas per sí algunas pautas que nos harán más llevadero el período de adaptación. Además de tener sobretodo mucha paciencia y comprensión recomendamos:
1. Tenemos que respetar el nivel madurativo y emocional del niño, es decir, la adaptación es un proceso personal que se consigue antes o después pero paso a paso y necesitamos tiempo, calma y paciencia.
2. La separación siempre genera cierta angustia y aconsejamos no hacerlo de manera brusca sino poco a poco. Recomendamos la incorporación progresiva en acompañamiento al principio, sobretodo si se trata de la primera vez que viene a la escuela. Las educadoras y demás profesionales del centro os indicarán las pautas a seguir para facilitar la separación.
3. La escuela es un lugar donde viene el niñ@ a divertirse, a aprender cosas nuevas, a relacionarse con otros niños y a hacerse mayor.... por lo tanto ir a la escuela es algo positivo para él/ella y éste es el mensaje que nosotros hemos de transmitir a nuestros hijos.
4. La actitud de los padres es también importante en tanto que afecta al niño. Recomendamos una actitud cariñosa a la hora de irnos pero firme y decidida. Aconsejamos las despedidas cortas.
5. Confiad en la educadora y en los profesionales del centro y compartid con ellos vuestras dudas.
6. Recomendamos evitar las prisas por la mañana, aconsejamos levantarse con tiempo, desayunar tranquilamente y con tiempo de sobra antes de entrar en la escuela.
7. Es importante seguir las normas que marca el personal del centro porque, desde su experiencia, se ha establecido para facilitar el período de adaptación del niño y del grupo.

Es posible que durante este proceso aparezcan conductas de rechazo, agresividad, lloros, aislamiento, inapetencia... Estas conductas se consideran normales dentro de un tiempo inicial y, en todo caso, se observará su evolución y se buscarán soluciones si no desaparecen poco a poco.
Ánimo a todos y contad con nuestra ayuda.
Atentamente,
Inés Cullell

martes, 5 de mayo de 2009

TIEMPO DE LIBERTAD

Los que ahora son padres y madres de 40 y 50 años habían jugado en la calle y en el parque, solos, durante años. Iban solos al colegio, se peleaban y hacían las paces con sus amigos en el camino a casa… Ahora los acompañamos al cole, con suerte caminando, les transportamos de extraescolar en extraescolar y al llegar a casa y después de hacer los deberes, el premio puede ser un rato de consola. Es hasta difícil quedar para jugar con el vecinito, porque sus clases de piano no coinciden con tus clases de judo. ¿Dónde les queda ahora la libertad a los niños, qué vendrá bruscamente cuando se conviertan en adolescentes? ¿Habrán tenido tiempo de practicarla para hacer un buen uso después?

La psicóloga Maite Romero es categórica: “Metemos a los niños en un mundo de prisas, por dos razones: los horarios laborales, que llevan a necesitar tener al niño ocupado y tutelado hasta que lleguemos a casa, y también que los padres están cada vez más obsesionados en que aprendan cosas extras, como inglés o danza. El niño no debe tener tanto tiempo ocupado como para que no pueda respirar en el día a día.”

Los maestros se quejan de que los niños hacen los deberes deprisa y corriendo, que se nota que siempre tienen “algo más que hacer” después, conectarse al Messenger, mirar una serie de la tele… y que el ritmo diario no les permite asentar los conocimientos que van adquiriendo en la escuela y consolidando en los deberes. Del mismo modo, jugar les permite digerir todo lo que han aprendido, en la escuela y en la vida. Romero insiste:” Los niños cada vez juegan menos y eso repercute negativamente en su desarrollo. Si no les dejamos jugar, tendremos niños muy diferentes a los de ahora.”

Según explica esta psicóloga, la mejor manera de ayudarles a suplir esta carencia de libertad es darles “tiempo y espacio de relación con otros niños, la relación entre iguales, sin reglas de profesores o alumnos. Les ayuda a asumir reglas, solucionar conflictos, negociar, practicar la libertad”.
La realidad es que en el día a día la relación entre niños disminuye porque se han de ajustar al ritmo de vida de los adultos. La psicóloga advierte: “Muchos niños se tienen que subir precipitadamente al carro de sus familias”.

La pedagoga Imma Marín advierte también contra las “largas jornadas laborales” de los niños y da algunas pistas para suplir la carencia de libertad actual: usar las ludotecas; recuperar el parque y jugar con chándal, para ensuciarse; abrir patios de escuelas en horas no lectivas para tener un espacio protegido del tráfico para divertirse; propiciar que vengan amiguitos a casa, y reservar cada día diez minutos para jugar con nuestros hijos.

La psicóloga Maite Romero resume, rotunda: “Hay que frenar el ritmo. Creo que la mayoría de los padres nos damos cuenta de lo que está pasando, pero nos escudamos en excusas como no tener tiempo. Hay que reflexionar sobre nuestro ritmo diario, ser valientes y hacer cambios para dejar respirar al niño. Dejar tiempo para jugar no es perder el tiempo.”


1 de febrero, 2009. MAGAZINE, La Vanguardia

lunes, 26 de enero de 2009

LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS

El niño amado siempre tendrá más recursos para enfrentarse a la vida. Vigilar no se opone a consentir, sólo es corregir un poco nuestra locura.

GUSTAVO MARTÍN GARZO

En una ocasión, Fabricio Caivano, el fundador de Cuadernos de Pedagogía, le preguntó a Gabriel García Márquez acerca de la educación de los niños. "Lo único importante, le contestó el autor de Cien años de soledad, es encontrar el juguete que llevan dentro". Cada niño llevaría uno distinto y todo consistiría en descubrir cuál era y ponerse a jugar con él. García Márquez había sido un estudiante bastante desastroso hasta que un maestro se dio cuenta de su amor por la lectura y, a partir de entonces, todo fue miel sobre hojuelas, pues ese juguete eran las palabras. Es una idea que vincula la educación con el juego. Según ella, educar consistiría en encontrar el tipo de juego que debemos jugar con cada niño, ese juego en que está implicado su propio ser.

Pero hablar de juego es hablar de disfrute, y una idea así reivindica la felicidad y el amor como base de la educación. Un niño feliz no sólo es más alegre y tranquilo, sino que es más susceptible de ser educado, porque la felicidad le hace creer que el mundo no es un lugar sombrío, hecho sólo para su mal, sino un lugar en el que merece la pena estar, por extraño que pueda parecer muchas veces. Y no creo que haya una manera mejor de educar a un niño que hacer que se sienta querido. Y el amor es básicamente tratar de ponerse en su lugar. Querer saber lo que los niños son. No es una tarea sencilla, al menos para muchos adultos. Por eso prefiero a los padres consentidores que a los que se empeñan en decirles en todo momento a sus hijos lo que deben hacer, o a los que no se preocupan para nada de ellos. Consentir significa mimar, ser indulgente, pero también, otorgar, obligarse. Querer para el que amamos el bien. Tiene sus peligros, pero creo que éstos son menos letales que los peligros del rigor o de la indiferencia.

Y hay adultos que tienen el maravilloso don de saber ponerse en el lugar de los niños. Ese don es un regalo del amor. Basta con amar a alguien para desear conocerle y querer acercase a su mundo. Y la habilidad en tratar a los niños sólo puede provenir de haber visitado el lugar en que éstos suelen vivir. Ese lugar no se parece al nuestro, y por eso tantos adultos se equivocan al pedir a los pequeños cosas que no están en condiciones de hacer. ¿Pediríamos a un pájaro que dejara de volar, a un monito que no se subiera a los árboles, a una abeja que no se fuera en busca de las flores? No, no se lo pediríamos, porque no está en su naturaleza el obedecernos. Y los niños están locos, como lo están todos los que viven al comienzo de algo. Una vida tocada por la locura es una vida abierta a nuevos principios, y por eso debe ser vigilada y querida. Y hay adultos que no sólo entienden esa locura de los niños, sino quese deleitan con ella. San Agustín distinguía entre usar y disfrutar. Usábamos de las cosas del mundo, disfrutábamos de nuestro diálogo con la divinidad. Educar es distinto a adiestrar. Educar es dar vida, comprender que el dios del santo se esconde en la realidad, sobre todo en los niños.

En El guardián entre el centeno, el muchacho protagonista se imagina un campo donde juegan los niños y dice que es eso lo que le gustaría ser, alguien que escondido entre el centeno los vigila en sus juegos. El campo está al lado de un abismo, y su tarea es evitar que los niños puedan acercarse más de la cuenta y caerse. "En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos". El protagonista de la novela de Salinger no les dice que se alejen de allí, no se opone a que jueguen en el centeno. Entiende que ésa es su naturaleza, y sólo se ocupa de vigilarlos, y acudir cuando se exponen más de lo tolerable al peligro. Vigilar no se opone a consentir, sólo consiste en corregir un poco nuestra locura.

Creo que los padres que de verdad aman a sus hijos, que están contentos con que hayan nacido, y que disfrutan con su compañía, lo tienen casi todo hecho. Sólo tienen que ser un poco precavidos, y combatir los excesos de su amor. No es difícil, pues los efectos de esos excesos son mucho menos graves que los de la indiferencia o el desprecio. El niño amado siempre tendrá más recursos para enfrentarse a los problemas de la vida que el que no lo ha sido nunca.

En su reciente libro de me-morias, Esther Tusquets nos cuenta que el problema de su vida fue no sentirse suficientemente amada por su madre. Ella piensa que el niño que se siente querido de pequeño puede con todo. "Yo no me sentí querida y me he pasado toda la vida mendigando amor. Una pesadez". Pero la mejor defensa de esta educación del amor que he leído en estos últimos tiempos se encuentra en el libro del colombiano Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos. Es un libro sobre el misterio de la bondad, en el que puede leerse una frase que debería aparecer en la puerta de todas las escuelas: "El mejor método de educación es la felicidad". "Mi papá siempre pensó -escribe Faciolince-, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo". Y unas líneas más abajo añade: "Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido mucho menos feliz".

Los hermanos Grimm son especialistas en buenos comienzos, y el de Caperucita Roja es uno de los más hermosos de todos. "Érase una vez una pequeña y dulce muchachita que en cuanto se la veía se la amaba. Pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía qué darle a la niña. Un buen día le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba muy bien y no quería llevar otra cosa, la llamaron Caperucita Roja". Una niña a los que todos miman, y a la que su abuela, que la ama sin medida, regala una caperuza de terciopelo rojo. Una caperuza que le sentaba tan bien que no quería llevar otra cosa. Siempre que veo en revistas o reportajes los rostros de tantos niños abandonados o maltratados, me acuerdo de este cuento y me digo que todos los niños del mundo deberían llevar una caperuza así, aunque luego algún agua-fiestas pudiera acusar a sus padres de mimarles en exceso. Esa caperuza es la prueba de su felicidad, de que son queridos con locura por alguien, y lo verdaderamente peligroso es que vayan por el mundo sin ella. "Si quieres que tu hijo sea bueno -escribió Héctor Abad Gómez, el padre tan amado de Faciolince-, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad".

Gustavo Martín Garzo es escritor Licenciado en Filosofía y Letras en la especialidad de Psicología

Fuente: elpais.com 15/06/2008