martes, 8 de abril de 2008

AUGUSTO CURY, psiquiatra, psicoterapeuta y científico

Augusto Cury es médico psiquiatra en ejercicio desde 1980. En los últimos años ha desarrollado su faceta como autor con el objetivo de llegar a todas las personas que deseen mejorar su calidad de vida. De los libros que ha publicado en los últimos ocho años, cuatro son líderes indiscutibles de ventas en Brasil y Portugal. Las ediciones en portugués de Nunca renuncies a tus sueños y Padres brillantes, maestros fascinantes han estado en las listas de más vendidos durante un año y han vendido más de dos millones de ejemplares en Brasil. Sus ideas pioneras en psicología educativa se han adoptado como cursos de posgrado en quince universidades en Brasil. Dirige la Escola de Inteligencia en el interior rural del estado de São Paulo, un centro académico sobre «psicología preventiva» para maestros y profesionales de la salud mental, entre otros.

“ No hay jóvenes difíciles, sino una educación inadecuada”

P. Usted es una de las muchas voces que se han alzado contra lo que podríamos denominar la muerte de la infancia: horarios apretadísimos, poco tiempo para jugar, ausencia de experiencias directas, entretenimiento virtual…
R. La educación a nivel mundial atraviesa un momento muy grave. Estamos formando jóvenes sin capacidad de observación ni crítica. Hemos creado una fábrica de personas estresadas y ansiosas, y los padres y profesores tienen que hacer una verdadera revolución para enseñar a las nuevas generaciones a proteger la emoción, a pensar antes de reaccionar, a colocarse en el lugar de los otros. Son todas dimensiones muy importantes de la inteligencia, imprescindibles para conseguir una buena salud psíquica.
P. ¿Hay que enseñar a ser feliz?
R. Enseñamos que hay que asegurar el coche, la casa, hacerse un seguro de vida, proteger las cosas materiales…, pero no transmitimos el mensaje ni damos las herramientas necesarias para proteger el territorio más importante, que no es otro que el emocional.
P. En su libro critica con insistencia la sobreinformación, otro rasgo que define nuestra era. Nuestros hijos activan tantas ventanas mentales que, paradójicamente, se les paraliza el cerebro.
R. Viven sometidos a lo que yo llamo pensamiento acelerado. Muchos pedagogos y psicólogos aseguran que los niños actuales son agresivos e indisciplinados por culpa de los padres. Yo sin embargo pienso que los padres sí intentan inculcar un sentido de la disciplina, pero fracasan porque la velocidad de pensamiento es tan alta que, cuando un padre o una madre corrigen a un hijo, a éste no le da tiempo a asimilar ese momento educativo. El ambiente propicia que en seguida aparezca en el teatro de la mente una nueva imagen, un nuevo pensamiento, por lo que el mensaje no queda debidamente registrado.
P. ¿Y qué hacer?
R. Las viejas teorías y métodos de la pedagogía y la educación ya no funcionan, no sirven para penetrar en estas mentes tan agitadas, casi incapaces de concentrarse por un tiempo prolongado. Hay que sorprender, buscar lo inesperado. Si no, es muy difícil captar la atención de las nuevas generaciones. En el ámbito familiar, yo preconizo que los padres aprendan a compartir su historia con sus hijos, que les hablen de sus sueños y sus éxitos, pero también de sus fracasos. Hay que enseñar que el podio llega después de muchas derrotas.
P. ¿Así que para ganarse la admiración de los hijos, para ser un referente y un modelo, mejor mostrarse como seres humanos y no como superhéroes?
R. Los padres que nunca reconocen errores ni enseñan debilidades, que no hablan de la frustración como un elemento consustancial a la vida, no van a formar pensadores, personas que desarrollen las funciones básicas de la inteligencia.Reconocer nuestros errores no nos disminuye: nos hace personas más sabias, solidarias y tolerantes, con más empatía. He conocido muchos triunfadores que son buenos para la sociedad y verdugos para sí mismos, incapaces de perdonarse, de reconocer sus errores.
P. Dice que el padre brillante ha de transmitir el valor de las cosas que no cuestan dinero, por ejemplo el tiempo en familia. Sospecho que muchos tendrán que asimilar ellos mismos esta enseñanza antes de traspasarla a sus hijos…
R. Hace dos años una de mis hijas me dijo: "Tú que escribes para millones de personas, que das tantas conferencias y escuchas a tantos pacientes, últimamente no dialogas conmigo". Al principio intenté darle todo tipo de argumentos, le dije que muchas personas se beneficiaban del trabajo de su padre, que tal y que cual. Luego no tuve más remedio que admitir que un especialista en el diálogo, en la comunicación entre personas, estaba fracasando, estaba descuidando el diálogo con su propia hija.
P. En su libro concilia dos visiones opuestas de la educación: por un lado, poner límites y saber decir que no; por el otro, pretender ser amigos de nuestros hijos. Difícil equilibrio.
R. Es una lucha diaria, como caminar sobre un alambre. Hay que utilizar toda nuestra creatividad y nuestra intuición. Por así decirlo, el truco sería algo así como disciplinar con generosidad..